lunes, 18 de abril de 2011

Del periodismo en Paraguay y el nacionalismo.

De entre los canales de televisión en Paraguay, resaltan Telefuturo, Canal SNT (Sistema Nacional de Televisión), Canal 13, Latele, Red Guaraní, Unicanal y Paravisión, de los cuales muy probablemente Telefuturo y SNT son los que más rating tienen. El canal Telefuturo se enfoca más a ser un canal de telebasura, al igual que Canal 13 y en menor medida el SNT.

Hace relativamente poco tiempo es director del canal SNT un periodista argentino de nombre Jorge Pizarro que, a juzgar por los comentarios vertidos en su país natal, deja mucho que desear. Primeramente se dijo que prohibió a los periodistas del canal hablar en guaraní, lo cual me parece completamente absurdo. Pizarro negó que él hizo esa prohibición, sino que dijo que se deben de subtitular  los programas en guaraní, o las entrevistas a personas guaraníparlantes, en sus emisiones, pero no, el susodicho de plano prohibió el guaraní en el canal. A esto viene el hecho de que una periodista de Radio Venus virtió comentarios desafortunados en twitter respecto de eso, dando aprobación al hecho, pero eso no viene al caso.

Ahora, su última jugada ha sido, según se dice, eliminar de la grilla de programación del canal el segmento periodístico La revista de la semana, de Manuel Cuenca, destacado periodista de nuestro país, así como también su programa: excelente y muy importante para la cultura y la promoción del turismo en Paraguay. Según opiniones vertidas por el periodista, su segmento tenía de 5 a 8 puntos más de rating que el noticiero del canal, lo cual da muestras de su gran alcance en la teleaudiencia nacional.

Así, la población cibernauta del Paraguay, ya enardecida por la prohibición del guaraní, se embraveció mucho más por semejante atropello a un programa con muy buen nivel y buen rating y a un periodista excelente. Sus reacciones fueron diversas: pérdida de apoyo al Canal SNT en las redes sociales, campañas en contra del director del Canal, un gran apoyo a Manuel Cuenca y campañas para que las empresas auspiciantes del Canal dejen de hacer tal cosa.

viernes, 8 de abril de 2011

El lado oscuro de África


El seísmo que sacudió a Haití el 12 de enero del año pasado ha sido de intensidad 7, como otros muchos que han sacudido a lugares muy distintos del planeta. Y, a pesar de las destrucciones y de la elevada cifra de víctimas, las destrucciones provocadas por el tsunami de 2005 en el sudeste asiático fueron incomparablemente mayores. El terremoto que sacudió Sumatra en septiembre pasado era de magnitud 7,6 y el de Tonga, en pleno Pacífico, alcanzó el pasado 19 de marzo una magnitud 7,9.
Terremotos ha habido muchos como el de Haití, y en zonas geográficas muy distantes entre sí. Pero sólo en Haití se ha producido una catástrofe humanitaria de dimensiones impresionantes y un estallido de los saqueos y la violencia. ¿Qué diferencia hay entre todos estos terremotos y el Haití? Solo hay una: el factor cultural.
Se diría que los africanos (y por qué no, los latinoamericanos, aunque en menor medida) reaccionan anárquicamente ante las tragedias y muestran una incapacidad congénita para reaccionar ordenadamente por sí mismos. Desde el momento en que se produce la tragedia el destino de los afectados depende de la “ayuda exterior” y para que ésta llegue a las víctimas, el primer impedimento son los gobiernos locales. En Haití se da la circunstancia de que no hay un gobierno digno de tal nombre, ni poder, ni autoridad reconocida. Esto comparado a la prolijidad japonesa ante el terremoto que sucedió el 11 de marzo este año en Japón, y que produjo aquel devastador tsunami. Los videos de las cámaras de seguridad muestran a los ciudadanos japoneses salir en fila, ordenadamente, de los trenes, edificios, o donde sea que estén. Tampoco se ha registrado ni un solo saqueo debido a la catástrofe, todo esto tiene una sola causa: la cultura.
De Haití, fácilmente podemos saltar a hablar de África. Como ya hemos visto anteriormente, ciertos países allá están prendiéndose del espíritu emprendedor, aún así en promedio sigue estando mal. Podemos clasificar África en tres áreas geopolíticas perfectamente diferenciadas: la Sahariana, la Subsahariana y Sudáfrica. El integrismo islámico, fanático e intolerante, está a la ofensiva en los países saharianos: el Magreb convertido en una olla a presión sin válvula de seguridad, y a la carga de subir al poder en países con languidecientes regímenes lacayos de alguna de las potencias mundiales, o incluso ya caídos algunos, como ser Túnez, Egipto y Libia.
El Africa Subsahariana afronta una situación hasta más dramática. Esta zona, que ha sido llamada “el estómago vacío de África”, se está viendo afectada enormemente por pandemias, guerra civil y hambre. En algunos países del Africa Francófona (Malawi, Zimbawe, Uganda, Zambia, Malí, Costa de Martil) la incidencia del SIDA y de sus enfermedades tópicas, afecta entre el 15 y el 25% de la población: el 75% de los afectados presuntamente por el SIDA en todo el mundo proceden de estos países. La zona es teatro de guerras étnicas y conflictos fronterizos, frecuentemente genocidas. La mortalidad infantil es 11 veces superior a la de Europa y la esperanza de vida apenas llega a 50 años. Se estima que el África subsahariana tardará 100 años en desarrollarse a un buen nivel, suponiendo que a partir de ahora mejore su situación.

Finalmente, en Sudáfrica la población dispone de mejores condiciones de vida, tal vez las mejores en África, pero no hay que perder de vista los conflictos interétnicos anunciados en el horizontes. Los zulúes reclaman un Estado propio y son cada vez más los blancos que quieren el “Volkstaad”. La criminalidad ha irrumpido en todo el territorio Sudafricano y grandes empresas se han retirado del país o han cortado las inversiones, tras haber visto a sus directivos asesinados por delincuentes comunes, como el caso del delegado de Volkswagen.

En 1995 se creó la Comunidad Económica y monetaria de África del Oeste, intento de construir un mercado integrado, compuesto fundamentalmente por países francófonos. Los promotores piensan que el ejemplo puede cundir en otras zonas de África y aseguran que en poco tiempo podrán ponerse en pié iniciativas similares con voluntad integradora y desarrollista. En 15 años, los hechos no le han dado precisamente la razón a esta "comunidad".

Pero también existe la tendencia contraria. África ha sido siempre teatro de conflictos interétnicos mucho antes de que los blancos aparecieran por la zona. Tras la colonización, lo que quedó fueron unas naciones carentes de fundamentos históricos, unidad étnica y conciencia nacional, con equilibrios inestables que, demasiado frecuentemente, se rompían. El apartheid sudafricano hizo olvidar, momentáneamente, la intolerancia y el racismo existen entre étnicas vecinas, pertenecientes al mismo país. Hutus y tutsis, fangs y bubis en Guinea Ecuatorial, bantúes y zulúes en la República Sudafricana, etc. frecuentemente se han visto enzarzados en luchas tribales que han concluido en suicidios nacionales.
Y no parece claro que la integración vaya a imponerse sobre los conflictos interétnicos en el próximo futuro, para ello sería preciso que África experimentará una transformación profunda y de “zona subdesarrollada” se convirtiera en “zona en vías de desarrollo”, pero eso es impensable al menos hasta el 2050, salvo en determinados islotes de modernidad. La realidad es que África ha sido abandonada a su suerte ¿por qué?

Mientras duró la “guerra fría”, África fue escenario de operaciones. La ruta de los petroleros que transportaban crudo desde el Golfo Pérsico hasta Europa, bordeando el Cabo de Buena Esperabza, era codiciada por la URSS. Fue así como el imperio soviético puso toda la carne en el asador para ganar la partida a Occidente en Angola y Mozambique, Sudáfrica, Guinea y, con Argelia interpuesta, en el ex-Sahara español. El objetivo soviético era disponer de regímenes aliados en la “ruta del petróleo” que le permitieran cortar el suministro de crudo a Europa. Occidente reaccionó ante esta estrategia acentuando su presencia en África, apoyando a élites dirigentes, obviamente dictadores, concediendo préstamos y estimulando el desarrollo, interviniendo militarmente  cuando hizo falta o enviando bandas de mercenarios creando, en definitiva, una situación neocolonialista.

Cuando cayó el imperio soviético, las cosas cambiaron dramáticamente para África. De ser teatro principal de operaciones, acosada o cortejada por uno u otro bando, África pasó a ser un paria internacional. Buena parte del continente, especialmente el área sub-sahariana del interior, fue juzgada “inútil para la economía mundial” y “estratégicamente irrelevante”, ergo se la abandonó a su suerte.
No es de extrañar que estos últimos veinte años hayan supuesto para África, una larga agonía. Con guerras civiles, extremadamente calientes en Liberia, Somalía, Angola y Ruanda, conflictos fronterizos y reivindicaciones territoriales entre prácticamente la totalidad de sus Estados (en 1993 estallaron choques entre Costa de Marfil y Ghana a consecuencia de un partido de fútbol), con un crecimiento demográfico espectacular (cinco niños por cada mujer como promedio), el futuro de áfrica es hoy tan negro como la piel de sus habitantes

A partir de 1990, consorcios japoneses iniciaron la compra masiva de grandes extensiones de terreno en Zaire y la República Centroaricana, convencidos de que en cincuenta años, la población africana quedaría mermada hasta el 50% en el curso de hambrunas, epidemias, guerras civiles y otras catástrofes, y aquellas zonas semi-deshabitadas constituirían un marco ideal para el envío de excedentes de población del archipiélago japonés.
Unos pocos y limitados islotes de consumo y bienestar se perfilan en la geografía africana. Algunas grandes capitales bañadas por el Atlántico, pertenecientes a países proveedores de materias primas, pueden ser la contrapartida a la miseria del interior y a la de sus propios cinturones de pobreza. Lagos, capital de Nigeria, el país petrolífero africano, cuenta hoy con 9 millones de habitantes, dentro de 20 años su población se habrá multiplicado por tres y será la tercera aglomeración mundial. Un hormiguero de estas dimensiones, ¿podrá satisfacer las necesidades de todos sus habitantes?; por acelerado que sea el crecimiento económico, ¿no terminarán por generar conflictos sociales que se unirán a las rivalidades éticas? Y no digamos si no hay desarrollo económico como ocurre en la actualidad. El cóctel no puede ser más explosivo.

En los años sesenta se aceleró el proceso de independencia de las colonias europeas en Africa. Cincuenta años después hay que reconocer que Africa ha empezado mal su andadura: élites corruptas, dictaduras inmisericordes, violaciones continuadas y flagrantes de los derechos humanos, simulacros de democracia, éste puede ser un balance político poco alentador, especialmente en lo que se refiera al Africa Subsahariana. Lo ocurrido en Guinea Ecuatorial o en el ex-Sahara Español es significativo de lo que ha sucedido un poco por toda África.
En cuanto a posibles soluciones para África, la ayuda económica se ha mostrado inútil para solucionar los problemas de África y ha contribuido solamente a estimular la corrupción entre las élites locales. Ayuda enviada, dinero tirado. Los productos que se envían como ayuda humanitaria gratuita, aparecen inmediatamente en los mercados a precios abusivos.

Mientras eso ocurre las zonas de África más castigadas por el desgobierno, las epidemias, los confictos inter-étnicos y las hambrunas deberían ser tuteladas por organismo internacionales, con autonomía operativa suficiente como para no verse cometidos al control de las élites corruptas locales y de las potencias neocolonalistas. Esto puede ser considerado un menoscabo a la “independencia nacional” de algunos países, pero hace falta preguntar a las poblaciones si, verdaderamente, tienen algún tipo de conciencia nacional, y si lo más acuciante para ellos no es hoy el cubrir sus necesidades vitales más inmediatas.

Única solución: la recolonización. Si los países africanos no son capaces de organizarse (siempre hablando en líneas generales, ya hablamos de ciertas excepciones) será necesaria la intervención de un poder exterior que lo haga por ellos. Dado que nadie da algo a cambio de nada, sería necesario establecer una contrapartida que solamente puede ser una cesión de soberanía, esto es, reorganizar África sin obstáculos generados por las redes de intereses de los jefezuelos de tribu locales. Es absolutamente indignante que ocurra como hoy que la “ayuda al desarrollo” y la “ayuda para combatir la pobreza” termina en las cuentas cifradas en Suiza de los jefezuelos locales. Hay que ser sinceros y realistas: es intolerable que los productos enviados para paliar el hambre y combatir las enfermedades se desvíen hacia los mercados africanos y se vendan, incluso a precios abusivos. Para eso más vale no enviar ayuda. Si quieren ayuda tienen que renunciar a algo: a su soberanía y a sus gobiernos corruptos.

A este proceso le podemos llamar “recolonización”, sin complejos y sin miedos a lo políticamente correcto. La disyuntiva es esta: o África muere y agoniza durante todo el siglo XXI, o renuncia a su “independencia”, esto es a que sus élites políticas saqueen a sus países, y asuma una dirección político-económica occidental. Occidente no debe nada a África, salvo haber creado infraestructuras durante la colonización que  fueron abandonadas y destruidas al concederse la independencia. Desde entonces África ha quemado cientos de miles de millones en “ayudas”. Y hoy su nivel de vida está por debajo del que tenía en los años 60, cuando la colonización. Así pues, ayuda a cambio de manos libres para reorganizar África, con todo lo que ello implica.
No falta quien hable de explotación al África, y recuerde precisamente lo sucedido en la época de la colonización, sin embargo los tiempos cambian, y creo que Occidente está maduro como para gobernar estos territorios ingobernables.
Así, Occidente debe hacer cosas como redibujar el mapa africano, ya que los límites de los Estados no coinciden ni de lejos a las fronteras que realmente diferencian a las naciones africanas y hacer hincapié en el aspecto educativo, básico para el desarrollo de cualquier nación, muy importante enfatizar la educación en la cultura democrática, por ejemplo, en este hipotético escenario de recolonización. 
Va siendo hora de la sinceridad. La inmensa mayoría de los estados africanos no son capaces de organizarse a sí mismos. Lo han demostrado hasta la saciedad. ¿Durante cuánto tiempo seguirán arrojados a la basura los fondos y la ayuda enviada por Occidente? Una catástrofe humanitaria no puede ser el chantaje emotivo y sentimental para que dure esa ficción de la “ayuda a África”. Hay que afrontar la realidad: no pudieron valerse por sí mismos, y políticamente medio siglo de independencia ha constituido el fracaso histórico más grande que haya registrado la humanidad.