lunes, 22 de agosto de 2011

El discurso del Papa. La vuelta a la Edad Media.

Las palabras lanzadas por el Papa en Madrid estos días suponen una de las mayores agresiones a las conquistas que el ser humano ha llevado a cabo en los últimos siglos. Con su arenga el Papa ha despachado siglos de progreso y evolución humana, aseverando la necesidad de volver a realidades medievales que parecían formar parte de la historia.

“Hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces y cimientos que ellos mismos, que desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto”.

Con este alegato el Papa volvía a atacar lo que él denomina el “relativismo moral” que está pervirtiendo las sociedades actuales. No voy a entrar a valorar hasta que punto es relativo que hable de moral alguien con su historial, pues creo que la peligrosidad de estas palabras merece un discurso más profundo.

El ser humano experimentó uno de los periodos más oscuros de su historia durante la Edad Media, al dejar la autonomía de sus actos en manos de la religión. La organización humana residía en Estados teocráticos donde el poder político se encontraba en manos de monarcas absolutistas considerados los representantes de Dios en la tierra, encargados de ejecutar las leyes divinas recogidas en los textos sagrados como única norma que regía las comunidades humanas. El ser humano carecía de toda autonomía para guiar sus propios designios, sin capacidad para llevar a cabo ningún juicio de valor al margen del imperativo religioso. Tanto la esfera individual como la pública estaban dominadas por la religión.

Sin embargo, al grito de “pienso luego existo”, en el siglo XVII se levantó el Racionalismo, propugnado por autores como Descartes, mediante el que se afirmaba la autonomía del hombre para enjuiciar sus propias acciones al margen de los libros sagrados. Esta corriente fue acompañada del nacimiento de la Ciencia moderna de la mano de Galileo, Copérnico, y otros científicos que aseveraban la capacidad del ser humano para desarrollar un conocimiento autónomo al margen de los textos sacros, cuestionando las afirmaciones religiosas a través del empirismo. Muchas de estas personas acabaron en la hoguera al tratar de imponerse al imperativo dogma religioso.

En el plano público la corriente racionalista se desarrolló en el siglo XVIII mediante la Ilustración, en el conocido como Siglo de las Luces. Autores como Montesquieu, Locke o Rousseau afirmaron que la razón humana podía llevar a los individuos a formar comunidades políticas donde a través de un “pacto social” que estableciera mecanismos de participación de esos ciudadanos, se acordaran las propias normas con las que regular su convivencia. De esta forma, la comunidad ciudadana sería capaz de establecer sus juicios de valor en forma de leyes civiles que imperaran al margen de la religión, la cual quedaría en la esfera privada sin ningún tipo de fuerza impositiva.

Éstas han sido probablemente las mayores conquistas del ser humano: la afirmación de su racionalidad y capacidad de conocer su entorno científicamente, además de su autonomía política como ciudadanos capaces de decidir las normas que rijan su sociedad. Se situaba así al hombre en un nuevo plano de ciudadano libre, dejando atrás al súbdito sometido a preceptos religiosos. Sin embargo, en pleno siglo XXI hemos podido presenciar como Benedicto XVI ha sido capaz de tirar por tierra siglos de evolución humana.

Tal y como afirma el Papa, la especie humana no puede tener como cimientos a ellos mismos, no pudiendo decidir por sí sola lo que está bien o mal, es justo o injusto. Según su discurso, solo Dios puede establecer estos extremos, por lo que de un plumazo amputa la autonomía del ser humano tanto en su plano individual, negando su racionalidad, como en el plano colectivo, cuestionando nuestros sistemas políticos de decisión popular.

La pregunta sería ¿si los seres humanos no somos capaces de juzgar el bien y el mal, y nuestros sistemas políticos de organización democrática no pueden normar lo justo e injusto mediante la participación de todos los ciudadanos? ¿Entonces quien puede? La respuesta es Dios, a través de su sagrada palabra. Es decir, la vuelta a los textos sagrados como normas reguladoras e imperativas de la organización política. El régimen medieval teocrático.

Benedicto XVI siguió con su proceso discursivo de involución señalando su preocupación por la inaceptable “secularización de Europa”. De esta forma el Papa tiraba por tierra una de las grandes conquistas de las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX, la separación Iglesia-Estado, con la creación de Estados modernos ordenados a través de sistemas políticos donde los ciudadanos se autonormasen mediante el ejercicio de la soberanía popular, y donde la religión saliera del espacio público como forma de organización humana, para pasar al espacio de las creencias personales no imperativas.

Posteriormente, para terminar de rematar su vuelta al Medievo, durante la reunión que el Papa mantuvo con la comunidad científica de profesores universitarios, Benedicto XVI señaló que había que “hacer frente al abuso de la Ciencia sin límite, más allá de ella misma”. La idea señalaba la imposibilidad de que el hombre busque por sí mismo la verdad más allá de Dios, es decir, la negativa a cuestionar el dogma religioso y verlo como un hecho refutable, tratando de indagar en el porqué de nuestra existencia más allá de las afirmaciones religiosas. Estamos ante el mismo argumento que se esgrimió por parte de la Iglesia en los procesos inquisitorios que llevaron a la hoguera a muchos científicos siglos atrás.

Pero para rematar este proceso de involución, Benedicto XVI afirmó que todo este “relativismo moral” lleva “hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior”. Nada más lejos de la realidad. Precisamente fueron el Racionalismo y la Ilustración, quienes rompieron con las metateorías de organización social que partían de un ideal incuestionable, el religioso, siendo superado por las teorías liberales democráticas donde el ideal no existe “per se”, sino que es pactado dentro de esa estructura política de forma periódica por los propios ciudadanos. Además resulta que ese gran paso que dio la humanidad al superar las metateorías religiosas medievales, sólo fue cuestionado en nuestro pasado reciente a través de movimientos metateóricos totalitarios como el fascismo o el nazismo, muy vinculados precisamente al pensamiento religioso, como forma contemporánea de imposición de un ideal metateórico.

Los ciudadanos racionales y libres no podemos aceptar este discurso que pretende devolvernos al Medievo. Es nuestra responsabilidad lograr que la humanidad siga evolucionando y no retroceda hasta épocas oscuras que se creían olvidadas en nuestra historia. Por eso estamos en la obligación de luchar contra este tipo de discursos que pretenden someternos a la más absoluta esclavitud del irracionalismo dogmático, extirpando la base metafísica del ser humano: su razón.

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